Ser cretino. Pasaje del capítulo “Lo que fue grabado”, de El libro de Samuel.

Ser cretino. Pasaje del capítulo “Lo que fue grabado”, de El libro de Samuel.

Hay momentos en La última cinta de Krapp en que la burla aparece en la sonrisa del anciano que revisa ciertos pasajes de su vida, todos narrados por la voz de alguien que ya no es él. Escucha como ese se burla de otro que antes también era, y se burla de ambos. ¡Vaya seguidilla de personajes que siempre al final se van a reír de los que dejaron atrás! ¡Y sus maneras de ver! ¡Vaya fabulaciones!

​Krapp mira hacia atrás, hacia lo que ha sido. Escucha la voz de otro mientras está cerca del final. Piensa, se sonríe de ciertas formulaciones, de conflictos de los que ya no quedan nada y que tal vez nunca significaron nada. La distancia con aquel es total. Ese grabado dice de forma burlesca: “¡Y las aspiraciones! ¡Y las resoluciones!” Pero cualquiera de los que se ha sido y se han dejado atrás, vistos desde el presente, parecen siempre cretinos, como nos dice Alain Badiou en su maravilloso ensayo sobre Beckett, cretinos al borde del ridículo con risibles aspiraciones y resoluciones. 

Krapp es un viejo sin tiempo para corregir toda la idiotez hecha por aquellos que fue; pero además, ¿cómo lo haría? Para corregir se necesita algo de lo que él carece por completo. Y por esto, ¿de qué vale esta revisión en última instancia? ¿Para qué grabar una nueva cinta? ¿Para quién valdría la pena dejar cualquier reflexión si eso solo importa para su simple vida? Pues lo curioso es que todavía en su infinita precariedad siguen las aspiraciones, siguen las resoluciones, aun en tales condiciones. Sobre todo siguen las fabulaciones, y ante todo, sigue el cretino haciendo el ridículo. 

Esta seguidilla sin sentido es el espacio de la resistencia, oculto bajo el acto inconsciente de repetición, ahí yace para Beckett la lucha automática y ciega del ser humano, sea en esta isla o en cualquier lugar, todo a pesar del vacío de sus resultados, a pesar de toda la nada que se crea a lo largo de esas elecciones hechas por esos que ya no son y que se llama vida. A pesar de que Krapp se encuentre en un hueco oscuro y silencioso, incomunicable, en total soledad, tiene que volver a grabar. A pesar del miedo a la muerte y de su cercanía, más presente que nunca cuando detiene la grabación y, muy despacio, mira hacia atrás, hacia un punto oscuro y vacío; pese a esa proximidad se quiere sostener en el viejo acto de repetir, con las últimas fuerzas, aunque pueda saber que estas son las fuerzas de un cretino infinito.

(Este pensamiento de que no habrá nadie que pueda escuchar lo que se graba, que eso que se deja no será visto por otros, nos recuerda la mentira que se hace el escritor que deja el expreso deseo de quemar todos sus escritos. ¡Puras patrañas! Se espera arduamente el ser reconocido, visto, aún más allá de la muerte y de la desaparición absoluta es el grito desesperado por ser “reconocido” en otro. Acto de un ego resistente.)

​Esta representación continua de uno, aparentemente inocente, es la señal de que solo en la repetición se encuentra la posibilidad de alguna resistencia, en ese inquieto pataleo infantiloide. Es revisar todo antiguo fracaso para “fracasar mejor”. Al reconocer a aquellos como cretinos se trata de eliminar la nostalgia, y estos son momentos de extraordinaria esperanza en cierta reconstrucción de todo un historial, para hacer delvolver a lo mismo, al mismo acto, a la misma fabula, a la misma reacción que siempre se hizo, un aparente acto diferente, y así poder establecer una distancia con el cretino que se cree ya se dejó de ser. 

​(Por eso insistir. Toro que ataca ciego el capote. Embate. Ser puro embate. Con las fuerzas que queden. Hasta que al final de todas las locas e inútiles envestidas la espada lo atraviese a uno, y ese espacio oscuro que acumula lo cretino que uno fue, se esparza por el cuerpo y lo ocupe todo borrándonos.)

​En cada calle que se recorra (aquí o allá) se verá cómo todo cretino se sostiene con lo que puede a esos actos de repetitivas resistencias, y el engaño de pertenecer a cierta Cultura Nacional parece el más seguro puerto, es una idea a la que pertenecen muchos. (“En la unión está la fuerza”.) En las calles de esta isla queda la nostalgia hacia una nación cretina perdida, pasada. Lo dejado atrás se convierte en paradigma, en sueño idílico (“¡lo que hemos sido!”), pequeña felicidad de muerto de hambre. Pero se está ciego, porque para Beckett aquello dejado atrás será siempre algo cretino, tanto individual como colectivamente, algo donde no debería haber ni un ápice de nostalgia. La pregunta sería: ¿cómo evitar la grabación de una nueva “última cinta” si parece ser el único acto de resistencia que queda?

Las calles revelan que aquí se es viejo aun siendo joven por eso que “extraña” lo viejo perdido, y esas palabras ridículas solo se deberían escuchar en privado, se deberían ocultar y borrar con la muerte, sin que nadie las haya escuchado jamás; no debería dejarse constancia siquiera de que tal cretino individual o colectivo existió. Esa forma de mirar hacia un pasado cretinoide es para Beckett la medida del fracaso continuado. Y sobre todo que es ese accionar individual el que garantiza cualquier mitología de Historia Nacional elegiaca (de aquí o de allá). 

Se puede notar en esto una especie linaje, posible gracias a la relación entre dos juegos nostálgicos: la de una cretina Cultura Nacional y la de una cretina forma de revisión de los individuos; ambas maneras miran de un mismo modo al pasado, a ciertas constantes obsesiones, a eso que se buscó estando atado a determinado suelo, que es tal vez la base de todo orgullo depertenecer a una “raíz nacional” que fábula un espacio (aquí o allá) a defender y que se representa cuando se actúa un “deber ser patriótico”, para hallarse perdido cuando, con buen ojo, se haga una revisión que abrace la verdad y se vea lo cretino de todo el romanticismo provinciano que es el creer pertenecer a cierta Cultura Nacional (en este caso, aquí), y de querer estar vinculado a ella por un invisible cordón umbilical que nos provee de una supuesta grandeza pasada. 

Todo pasado que se revise debería ser siempre, en cualquier sitio o instancia, puro cretinaje anticuado donde no quede sitio para nostalgia alguna. La última revisión del anciano Krapp, que no tiene ya relación alguna con esos que fue, podría funcionar tanto a nivel individual como en cuanto a país, cruel metáfora que acaba irremediablemente hundiendo todo pasado en ridiculez; por eso, luego de la sonrisa todo viejo que revise, sea irónica o no, debería quedar un rostro en silencio como aquel de Krapp, que miró hacia atrás al vacío negro temiendo la presencia de la muerte, rostro cargado de miedo a lo que se va a encontrar cuando se mire a cualquier cosa pasada.