Los Embajadores Síquicos

Los Embajadores Síquicos

Un antiquísimo gigante tiró una piedra al agua

… lo que hizo despertar a miles de aves sagradas…  

Las garras de varios quebrantahuesos se adhieren a la gran piedra que permanece sumergida en el fondo del lago. Bajo el agua, las águilas, usando picos y garras, descascaran el mogote y le arrancan todo vestigio de humedad. 

El hueso de roca ha quedado descubierto, refleja en su piel blanquecina la imagen del pianista de dedales cobrizos que no cuenta con la historia para musicalizar el momento irrepetible del ahora. (Su holograma sumergido toca el marfil musgoso de las teclas del piano submarino) Con este rumor, el pegamento de los siglos se ha puesto duro, tieso, el movimiento del agua queriendo mojar la piedra delata el capricho elemental, entonces el andamiaje reseco, impermeable, queda expuesto en una pose de montículo inmóvil. Ahora sí; luego de la pausa pétrea, vienen los caballos del movimiento y así puede transcurrir el tiempo y fluyen los ríos de las eras en forma de millones de burbujas que ascienden hacia la superficie. El alma queda libre. La roca respira.    

2                                                       

El aire caliente moldea una careta de arena a la altura de los hombros del desierto. Los remolinos de palabras se agolpan en una sinfonía que se estaba tejiendo hacía meses. Entra ahora el tiempo, se ha disfrazado momentáneamente de un monstruo joven para poder habitar en la escena.

3

Todo el contenido de una tormenta de arena cruza el océano. La percusión de millones de roquitas sobre la tela marítima tupe los oídos de los peces que habitan la superficie, los ahuyenta, hace que se hundan en busca de ingredientes grises para despertar el alma remota que poseen los seres de oído fino y caótico. 

4

La máscara está terminada, el gigante la recoge del desierto y la sacude como una pandereta que suelta polvo de música y baña el desierto con otra dorada tormenta. Ahora el inmenso ser está justificado, tiene un rostro con el cual presentarse y aterrorizar al mundo. Pero sabe que su tamaño es exagerado para hacer entrar en razones a este mundo que tiembla bajo sus pies.  

Finalmente, la capacidad de oír, de comprender el cielo, de tener el gran firmamento encasquetado como cúpula de audiciones cósmicas y todas las volubles constelaciones que dan vueltas sobre sí mismas, quedan aprisionadas como un gran tesoro en el cráneo, entre la careta moldeada y la glándula pituitaria que vibra como una campanilla de oro.

5

El gigante traza su nombre en la arena: Thelonius Monk.

Ilustraciones: Yuri Suárez Alvarez